LA HISTORIA DE LANDRU, EL BARBA AZUL FRANCÉS

Si habéis visitado la Galería del crimen del Museo de cera de Madrid, seguro que no os ha pasado inadvertida la escena en la que un tipo de aspecto siniestro, calvo y con barba descuartiza a una mujer en una antigua cocina. No es ni más ni menos que Henri Désiré Landru, un auténtico asesino despiadado del París de entreguerras. Viendo aquella escena y las fotos en blanco y negro de éste Serial Killer pocas imágenes me parecen tan perturbadoras.

Pero ¿Quién era Landru?. El joven Henri nació en París el 12 de abril de 1869 y, como era de esperar, en su infancia no hubo nada que se saliera de lo normal. Estudió en la católica École des Fréres . Se alistó en el 87 regimiento de infantería de San Quintín, y llegó hasta el rango de sergent-fourrier, o ayudante del sargento contramaestre, después de lo cual decidió sentar cabeza . Se casó con su prima Mademoiselle Marie Catherine-Remy a la cual dejó embarazada. Landrú se ganaba modestamente la vida vendiendo coches y muebles usados. A primera vista, no se distinguía en nada de sus vecinos. Landru tendría tres hijos más con su prima y esposa, los cuales nunca sospecharían nada de las correrías ocultas de Barba azul.

Las diferencias estaban ocultas en las profundidades de su ser. Los más románticos quizá opinen que Henri Désire Landrú tenía «el alma negra» y que su corazón estaba endurecido por la enfermedad de la avaricia. Esta incapacidad para mantener sus manos alejadas de lo que pertenecía a los demás llamó la atención de las autoridades en 1904, y el 21 de julio de ese año Landrú fue sentenciado por estafa y pasó su primera temporada en la cárcel. A ésta siguieron cuatro condenas más, casi pegadas la una a la otra. La última -cuatro años de cárcel- se la ganó el 26 de julio de 1914, pocos días antes de que Alemania declarara la guerra a Francia.

Landrú se encontró en una situación que bien podía compararse con su más entusiástico idea del paraíso. No pudo evitar darse cuenta de que el conflicto estaba llenando París de viudas nerviosas que no estaban acostumbradas a tomar decisiones sin el consejo de los esposos u otros miembros masculinos de la familia, y a las que aterrorizaba el espectro de una vejez solitaria. Era el momento ideal para que Henri Landru entrara en escena. Su escasa talla, su calvicie y su frondosa barba negra no le convertían en ningún ideal de seducción, pero su labia y su aparente sinceridad le permitían ser un pretendiente más que creíble. Al menos, ésa fue la opinión de casi trescientas mujeres durante los años siguientes…

Comenzó publicando anuncios en los periódicos ofreciéndose como compañía y consuelo de aquellas que habían quedado viudas durante la guerra. En su papel de excelente y educado pretendiente ofrecía falsas esperanzas de matrimonio para, poco después, asesinar a sus prometidas y quedarse con su fortuna.

Para facilitarse el trabajo escribió en una libreta las coordenadas financieras de las mujeres que le respondían y rechazó, así, los casos en los que la pensión de viudedad no era suficiente.

Las agendas revelaban que fue a principios de 1914 cuando conoció a Jeanne Cuchet, una viuda de treinta y nueve años, que trabajaba en una lencería y tenía un hijo llamado André. Era una de las tantas señoras que contestó a este anuncio: «Viudo de cuarenta y tres años con dos hijos, desahogada situación económica, afectuoso, serio, de buena familia, desea conocer a viuda de misma condición social, con intenciones matrimoniales.»

Landru fue a visitarla acompañado de dos niños pequeños -no se sabe si eran sus hijos- y se presentó como el señor Diard, de profesión ingeniero. A ella le pareció encantador y muy pronto empezó a pasar con él los fines de semana en su «villa» de la Chausée, en el distrito de Chantilly. Landru también estaba encantado con ella, puesto que además de ser rica era muy atractiva.

Por el contrario, a la señora Friedmann el nuevo novio de su hermana no le gustó nada; tenía la impresión de que era un embaucador y de que sólo estaba interesado en el dinero de Jeanne, pero ésta desoyó sus consejos. Después de varios meses ella también empezó a sospechar, ya que el señor «Diard» no parecía albergar intenciones de casarse y finalmente perdió la paciencia y rompió con él. Landru intentó convencerla con patéticas cartas de amor, diciéndola que le había roto el corazón y renovando sus promesas de matrimonio. Así que Jeanne Cuchet volvió a la villa de Chantilly con su hermana y su cuñado buscando una reconciliación.

La casa estaba vacía y las habitaciones, pobremente amuebladas, no parecían demostrar que «Diard» fuera un acaudalado ingeniero. En uno de los cuartos encontraron una caja cerrada que su cuñado abrió con un cincel. En ella encontraron varias cartas contestando anuncios matrimoniales que demostraban que el novio era un estafador y además revelaban que su verdadero nombre era Landru.

Jeanne Cuchet volvió a París con el corazón destrozado y se sintió aún peor cuando su hijo le dijo que había visto a Landru junto a una mujer muy atractiva y bien vestida. Pero Henry Landru fue a visitarla a su apartamento y le contó que estaba casado con una mujer a la que no amaba y de la que se iba a divorciar, y la convenció para que volviera con él a Chantilly.

En diciembre de aquel año -1914- Landru alquiló una villa, más retirada que la anterior, en la pequeña población de Vernouillet. Trasladó allí los muebles del piso de París de la señora Cuchet y le dijo que estaba a punto de recuperar la libertad, después de lo cual se casaría con ella. Mientras tanto, la señora Friedmann había estado investigando en Malakoff, donde Landru tenía alquilado un garaje; ratificó que era un estafador y fue corriendo a Vernouillet a decírselo a su hermana.

Poco tiempo después, en abril o mayo, la madre y el hijo desaparecieron. Un carnicero del lugar observó, cuando paseaba de noche, que de la chimenea de la casa salía un denso humo negro y reconoció el inconfundible olor de la carne quemada. A la mañana siguiente, un policía fue a la villa para dar cuenta de las quejas de los vecinos. Landru le miró con sorpresa y le dijo que «tan sólo estaba quemando basura». El agente dio la cuestión por zanjada y a continuación Henry Landru efectuó un golpe maestro. El mayor peligro lo constituían los Friedmann, así que fue a visitarles y les contó que Jeanne y André Cuchet trabajaban de forma secreta para el ejército y que habían tenido que salir para Inglaterra. Sorprendentemente, ellos se creyeron la historia y todas las explicaciones que les dio. Si en lugar de ello hubieran acudido entonces a la policía, la carrera del asesino hubiera terminado allí, pero siguió libre y volvió a matar nueve veces más.

Tan sólo un mes después, en junio de 1915, los vecinos de Vernouillet pudieron ver a otra dama recogiendo flores en el jardín de la villa. Era de origen sudamericano y, según la agenda, se trataba de la señora Thérèse Laborde-Line, una viuda de cuarenta y seis años, a la que Landru llamaba «Brazil». Es poco lo que se sabe de ella, excepto que en pocas semanas vendió los muebles y anunció a sus amigos que se trasladaba con su novio a Vernouillet. Después de cinco días desapareció y Landru liquidó sus valores, vendió sus muebles y guardó el resto de sus efectos personales en el garaje alquilado.

En esta etapa el asesino también cortejaba a Désirée Guillin, una viuda de cincuenta y un años que había sido dama de compañía, y cuando la señora para la que trabajaba murió recibió una suma que ascendía a veintidós mil francos. En contestación al anuncio de Landru, le informó de su buena suerte y él no perdió un segundo en ir a visitarla a su casa de la calle Crozader. Le contó con su locuacidad habitual que en recompensa a sus servicios el Gobierno iba a ofrecerle un puesto de cónsul en Australia y que buscaba a alguien que estuviera dispuesto a acompañarle.

Las notas de Landru revelan que creía que la señora Guillin sería un hueso duro de roer, pero finalmente ella sucumbió a sus encantos tan fácilmente como las otras. En un increíblemente corto período de tiempo le permitió vender todos sus muebles, y el 2 de agosto de 1915 se trasladó a la villa de Vernouillet, donde dos días después desapareció. El asesino se apresuró a volver a su piso, trasladó lo que quedaba al garaje y vendió las joyas de la víctima, pero guardó una peluca.

Como siempre, se desconoce lo que hizo con el cadáver. Sin embargo, seis meses más tarde, unos empleados de la estación de ferrocarril de Arachon notaron que de un baúl que llevaba en la consigna desde agosto se desprendía un olor nauseabundo, y dentro de él encontraron un cadáver en avanzado estado de descomposición. Era el cuerpo de una mujer de mediana edad, pero dado su estado se hizo imposible la identificación.

Como en el caso de Célestine Buisson, Landru se encontró con muchas dificultades y tuvo que recurrir al engaño y a la falsificación para vender los valores de la señora Guillin. A finales de 1915 su saldo bancario aumentó en catorce mil francos, pero se los gastó enseguida y tuvo que empezar a pensar en su próxima víctima. Las agendas revelan que en 1915 se citó en un mismo día con cuatro mujeres diferentes en París.

Ya no le gustaba la villa de Vernouillet porque al estar muy cerca de las otras casas, estaba a merced de las miradas curiosas de los vecinos, y en el invierno de 1915 decidió trasladar sus «negocios» a Gambais, ya que la «villa Tric» (o Ermitage) se encontraba mucho más aislada.

Lo primero que hizo allí fue comprar un horno de cocina así como una gran cantidad de cemento y ladrillos a prueba de incendios. Para entonces ya había decidido cuál de sus cuatro novias sería la primera en habitar aquel «nido de amor». Se trataba de la señora Héon, una viuda de cincuenta y cinco años que vivía en el distrito de Ernont, que se mostró encantada cuando el elegante señor «Petit» le propuso matrimonio, y no puso ningún reparo a que él vendiera sus muebles. Esto fue lo que hizo en septiembre de 1915, poco después de haberse desembarazado de Désirée Guillin. El 8 de diciembre compró dos billetes para Gambais: uno de ida y vuelta y otro sólo de ida. La señora Héon desapareció aquella misma noche.

La siguiente víctima de Landru, Anna Collomb, era la amante de un hombre llamado Bernard, con el que vivía en la calle Rodier, pero como él se mostraba reacio a casarse con ella, contestó al anuncio puesto por el asesino en mayo de 1915. Cuando conoció finalmente al señor «Dupont», que se presentaba a sí mismo como un rico hombre de negocios, decidió inmediatamente que era mejor que su antiguo amante. Simultáneamente Landru se enteró de que ella disponía de ocho mil francos en su cuenta bancaria y decidió que eran almas gemelas. Ella le presentó a su madre y a su hermana, a quienes no agradó, pero no pudieron hacer nada para disuadir a Anna de que no se fuera a Gambais con su nuevo novio el día de Navidad de 1916. Como siempre, él había comprado un billete de ida y vuelta y otro sólo de ida. Parece ser que fue asesinada al día siguiente, si la anotación «a las cuatro en punto» que el asesino hizo en su agenda significaba lo que Belin supuso.

La siguiente víctima es casi un misterio. Se llamaba Andrée Babelay, tenía diecinueve años y trabajaba para una echadora de cartas; Landru la conoció en febrero de 1917, cuando la vio llorando en un andén del metro. Acababa de discutir con su madre y no tenía ningún lugar donde dormir. Él la invitó a su apartamento de la calle de Mauberge -una de las nueve direcciones en las que estuvo entre 1915 y 1917- y ella le devolvió el favor compartiendo la cama y convirtiéndose en su «doncella», aunque la presentaba a sus conocidos como su sobrina. Pero Landru pronto advirtió que aquella «doncella» suponía un obstáculo para sus «negocios» y complicaba su ya de por sí ajetreada vida. El 29 de marzo de 1917, Landru compró un billete de ida y vuelta y otro sólo de ida para Gambais, y Andrée Babelay desapareció el 12 de abril.

La siguiente víctima del conquistador, Célestine Buisson, fue la que precipitó la detención. Se la vio por última vez el 1 de septiembre de 1917 y poco después Landru fue a pasar unos días a la villa con una tal señora Louise Jaume, a la que había estado cortejando desde marzo de ese mismo año, y también la invitó a su nuevo piso de la calle Rochechouart, el que compartía con Fernande Segret -se supone que por entonces la joven ya había vuelto con su madre-. La señora Jaume volvió de su primer viaje a Gambais, pero no así del segundo, el 24 de noviembre de 1917. El hijo de Landru le ayudó a sacar los muebles del piso de la víctima, por los que obtuvo unos veinte mil francos.

La siguiente desaparecida demuestra, de nuevo, que Henri Landru no podía resistirse a una mujer atractiva, aunque ésta no tuviera dinero. Anne-Marie Pascal tenía treinta y seis años y muchos amantes; además de ganarse la vida como modista, ejercía también la prostitución. Sobrevivió a un fin de semana en Gambais, en marzo de 1918; pero cometió el error de volver al mes siguiente, que fue cuando se evaporó.

La última víctima del seductor fue Marie-Thérése Marchadier, una mujer de treinta y seis años que había conseguido ahorrar ocho mil francos. Conoció a Landru a finales de 1918, a raíz de un anuncio que puso en el periódico para vender su casa, e inmediatamente se ofreció a comprar la casa y se ganó las simpatías de la dueña al hacer algunas gracias a sus tres perritos. En realidad Landru no tenía dinero, en aquellas fechas tan sólo contaba con quince francos. La señora Marchadier partió hacia Gambais el 13 de enero de 1919 y desapareció dos días después. Los esqueletos de perro que la policía encontró más tarde en el jardín eran de sus perritos. El 16 de enero los vecinos de nuevo percibieron un olor nauseabundo que procedía de la chimenea de la cocina.

Al día siguiente, Landru, que volvía a ser solvente, se apresuró a pagar sus deudas más urgentes. El dinero de la desdichada Marie Thérése le permitió vivir confortablemente durante aproximadamente un mes. En abril ya estaba planeando un nuevo asesinato cuando la ficha policial de «Dupont» fue a parar a manos del inspector Belin y seis días más tarde Landru fue arrestado.

No se conocen los métodos que el asesino utilizó ya que nunca se encontraron los cadáveres de las víctimas y Landru se negó a dar a la policía ninguna información. Sin embargo, en su autobiografía, el inspector Belin escribió: «Yo siempre he creído que Landru estrangulaba a sus víctimas haciendo nudos corredizos con cables».

«Como generalmente se trataba de mujeres fuertes de la clase trabajadora, probablemente las drogaba antes. En la casa encontré un libro sobre envenenadores y envenenamientos». También creía que el asesino despedazó los cadáveres de algunas de sus víctimas sobre la losa de piedra del sótano de la casa de Gambais.

Fue detenido y llevado a juicio. Se le imputaron 11 asesinatos por los que fue condenado a morir en la guillotina, pero se cree que fueron cerca de 300 las mujeres que murieron a manos de Landru.

A modo de curiosidad, os diré que la Ville Gambais, la casa donde Landru cometió la mayoría de sus crímenes está a la venta por unos 450.000 euros. Entre los vecinos de la zona ya se ha corrido la voz de la venta de la casa. Y la mayoría se muestran reacios. Se cuenta que en 1939, una criada salió a pasear los perrazos que protegían la casa. Parece que tropezó, cayó, y los perros la devoraron. Y más tarde hubo un suicidio. Según ‘Le Parisien’, además de que la casa esté envuelta por el recuerdo del horror, la maldición parece haber perseguido a la familia: uno de los herederos de Landru falleció en un accidente de coche y su esposa murió poco después quitándose la vida. Hay historias de vecinos que sufrieron desgracias tras haber paseado por sus alrededores… Los más próximos confirman que, de hecho, sus actuales propietarios apenas la han visitado durante los últimos años. Una de ellas contaba a ‘Le Parisien’ que la mayor parte del tiempo ha visto la casa cerrada, que tan solo se abría para los festejos de Navidad.

No sería mal sitio para unas vacaciones, ¿Verdad?. Siempre y cuando Landru no diga lo contrario desde el Más allá.

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