Uno no deja de asombrarse cuando se encuentra por casualidad con historias como esta. Ayer charlaba con un amigo mío, médico psiquiatra, y comentábamos el tema de mis investigaciones; los lugares que he visitado y que tengo previsto visitar. En esto estábamos cuando me preguntó: «¿Y no has oído hablar del triángulo de los suicidas?»- Puse cara de asombro e inmediatamente me interesé por el tema. Empezó a relatarme que en una zona determinada entre la provincia de Córdoba y Jaén , y más concretamente en el territorio que confluyen los municipios de Alcalá la Real, Priego de Córdoba e Iznájar, la tasa de suicidios se dispara alarmantemente respecto a la media nacional y europea. Mi interés iba en aumento y nos metimos en internet a consultar datos.
Y efectivamente; la tasa es sobrecogedora. Lo inexplicable es que, entre los 40 municipios con las tasas de suicidios más altas de España, hay 11 que están muy cerca de Alcalá la Real. O lo que es lo mismo, a un área que en la zona es coconocida como “el triángulo de los suicidas” .
En realidad, el triángulo no es tal. Hay municipios, como Alcaudete o Íllora (tercero y quinto respectivamente en el ranking español de suicidios de 2014) que no entran dentro de esta figura geométrica, pero se hallan ubicados en la misma comarca, muy próximos a dichos pueblos. Es como si el triángulo histórico (Alcalá la Real, Priego de Córdoba e Iznájar) hubiese extendido su área de influencia.
La tasa de suicidios en España es de 8,3 por cada 100.000 habitantes, sensiblemente por debajo de la europea (11,7). La de la provincia de Jaén es casi calcada a la continental (11,68). Sin embargo, la de Alcalá la Real se dispara hasta un 26,6. la de Alcaudete (municipio vecino a Alcalá y tercero en el ranking nacional) es de 23,6. La de Íllora (Granada) es de 22,3. La Loja (Granada) es de 20 y la de Rute de 19,3. Todos estos pueblos se encuentran bajo la zona de influencia del “triángulo de los suicidas”. La tasa media de suicidios en el conjunto de estos pueblos es de 19,2.
El denominador común entre los suicidas no es sólo geográfico. Otro de los patrones que se repite entre las personas que se quitan la vida es el sistema que utilizan: casi el 80% de los fallecidos se ahorcan. El segundo método elegido es dispararse con una escopeta de caza y el tercero es la inmersión (ahogamiento).
Pero analicemos los fríos datos que arrojan estos tres municipios. En un excelente trabajo del periodista de «El Español» David López Frías, se recogen numerosos testimonios de los habitantes de éstos pueblos.
En Alcalá la Real tal vez el más ducho en estas lides es Pedro, el sepulturero del pueblo. “Este año ya he enterrado a doce que se han quitado del medio”, relata de carrerilla. Del número de suicidas que ha inhumado en sus 25 años en el oficio sí que ha perdido la cuenta. Aunque está acostumbrado a lidiar con este drama, se le sigue poniendo el vello de punta (literalmente) cada vez que explica alguno de los casos. “El penúltimo fue de los más dramáticos. Un joven de 30 años se había ahorcado. Durante el funeral, todos lloraban menos el abuelo, que negaba con la cabeza como si estuviese muy enfadado. Sin decir nada salió del cementerio. Sacó una cuerda del maletero del coche y se colgó de un olivo. Aún no había acabado el funeral de su nieto y ya estábamos descolgando su cuerpo”.
Pedro asegura que hay una “temporada de suicidios” y la relaciona con la vegetación. Esta supuesta época comprende “desde que salen las flores hasta que se caen las hojas. Cuando brota la primavera empieza la gente a quitarse la vida. En verano siempre suele haber algún caso y el repunte se produce en otoño”. En lo que no encuentra un patrón coincidente es en la edad y la clase social de las víctimas. “Hay de todo. Jóvenes, viejos, ricos y pobres. El año pasado enterré a una niña de 17 años, de buena familia, que se suicidó porque su padre no le dejaba ver al novio”, rememora.
EL CASO DE LA RÁBITA
Donde más historias de suicidios se cuentan es en las aldeas de la zona; lugares en los que todos los vecinos se conocen. Es el caso de La Rábita, una pequeña pedanía que depende administrativamente de Alcalá.
Tal vez el caso más conocido de cuantos han acontecido en el pueblo es el de «Los Arenas», una familia en la que se suicidaron todos los miembros: el padre, sus dos hijos y sus dos hijas. Todos se ahorcaron en el mismo olivo. Vicente Cano es el viudo de una de las fallecidas. Sigue viviendo en el pueblo y declina amablemente hablar del tema: «Me han entrevistado en tantos sitios por este asunto que ya estoy cansado», concluye.
PRIEGO DE CORDOBA
Todo suicidio es trágico, pero hay casos especialmente duros. Como la de los tres varones de una familia que se ahorcaron de forma idéntica. El primero fue el abuelo, que se colgó de un olivo con 75 años. Su hijo quiso conservar la soga “a modo de homenaje”, según explicaba a su familia. Se quitó la vida 5 años después, con la misma cuerda y en el mismo árbol. “Yo quise tirar la cuerda a la basura o pegarle fuego”, rememora ahora Eva, su hija, “pero mi hermano de 20 años, el único varón que quedaba vivo en la familia, se negó. Nos decía que si conservábamos la soga nos acordaríamos de lo que había pasado y nadie lo volvería a hacer”. Craso error. Sólo dos años más tarde, en una calurosa tarde de julio, Eva recibió una llamada de su hermano: “Me dijo que ya podíamos tirar la cuerda si queríamos y cortó la llamada. Yo estaba en Cabra (otro pueblo de Córdoba) visitando a una amiga. Volví enseguida porque presentí lo que estaba pasando. Me fui al olivo donde se ahorcaron mi abuelo y mi padre. Y allí estaba colgando el cadáver de mi hermano”.
Es sólo uno de los numerosos casos de suicidio que explican los vecinos de esta localidad cordobesa. Cualquier vecino tiene algún conocido que se ha quitado la vida. Uno de ellos me cuenta un caso muy próximo: “Mi primo Rafi se mató el año pasado con 37 años. En el pueblo estábamos de fiesta mayor. Él se levantó por la mañana y se despidió de sus dos hijas de 7 y 9 años. Le preguntaron “¿Dónde vas con esa escopeta, papi?”. Él exclamó con una enorme sonrisa. “¡A ganar dinero pa la feria!”. Salió de casa, se metió en el garaje y se voló la cabeza.
IZNÁJAR
Este bello pueblo situado en lo alto de una cima, tiene un bello pantano. Se acabó de construir en 1969. Tiene una superficie de 2.522 hectáreas y un puente desde el que se lanzan los suicidas. Iznájar es uno de los municipios que incrementa el número de «muertos por inmersión» en las estadísticas, frente a los casos de ahorcamientos y disparos de sus localidades vecinas. «Antes, la gente se ahorcaba. Cuando acabaron el pantano, empezaron a ahogarse», cuenta uno de los vecinos.
Hay casos que en su momento fueron mediáticos. Como el de Juan Peláez, que en 1983, en vísperas de su boda, se fue con su novia al monte, la mató de un disparo y luego se quitó la vida del mismo modo. «Aquel caso tuvo repercusión porque Juan mató a su mujer. Pero los suicidios se dan casi cada mes en este pueblo y no salen en los medios», explica Miguel, el dueño de un bar de la zona. Si en Alcalá la Real achacan la causa de los suicidios a la altura, a los nogales y a los olivos, en Priego de Córdoba al monte La Tiñosa, las muertes en Iznájar tienen, para sus vecinos, un «culpable» claro: el pantano.
Los residentes creen que el embalse ejerce algún tipo de influjo que atrae a la gente a lanzarse desde el puente. Es el caso de Salvador, un chico de 30 años que durante toda su vida afirmó que el pantano le llamaba. «Desde pequeño nos decía que era una mujer, con una voz suave y agradable, que le pedía que se fuese con ella» explica su hermana Carmen. «Quisimos llevarlo a un psiquiatra, porque nos habían dicho que lo de escuchar voces podía ser un síntoma de esquizofrenia. Pero él siempre se negó. Nos decía que no estaba loco. Y es verdad que por lo demás no era un chico conflictivo ni se metía en problemas. Era introvertido, se relacionaba poco y tenía un carácter bastante depresivo. pero nada más».
Una noche, Carmen estaba en una fiesta en Loja, el municipio vecino. Salvador tenía que ir a buscarla con el coche. La telefoneó al móvil en torno a las 2 de la mañana: «Me dijo que no la esperase, que la mujer había vuelto a llamarle y que se iba con ella. Yo empecé a gritar pero ya había colgado. Llamé a mis padres, que ya estaban durmiendo, para avisarles de lo que había pasado, a ver si podían evitarlo». Tarde. A la media hora recibió una llamada de sus padres que confirmaron que Salvador se había tirado al pantano. Se ahogó porque no sabía nadar. «Al poco tiempo vendimos la casa y nos fuimos a vivir a Granada. Hace ya siete años, pero aún nadie en la familia ha logrado superarlo del todo». concluye con voz trémula.
Todo esto ya de por sí es extraño, pero hay más. Hay testigos que reportan encuentros con lo insólito, con apariciones o personajes que no deberían estar ahí.
Muy cerca de las cortijadas de la Carrasca y la Lastra, en la provincia de Córdoba, encontramos la primera de las leyendas.
Allí se habla del “hombre de las uñas”, un anciano encorvado de larga melena que permanece sentado observando al aterrado testigo, y cuya característica principal, como ya habréis imaginado, es el tamaño desproporcionado de sus uñas. Pues bien, en la aldea de Silera, no muy lejos de las anteriores, vivía el siguiente testigo al que el investigador Paco Bermúdez, en su libro El Triángulo de la Muerte, en una labor de campo verdaderamente encomiable, entrevistó; y éste le dijo que cerca de una de las casas, ya entrada la noche, “de repente giré la vista hacia el cortijo que había dejado atrás y vi esa cosa. ¡Por poco me muero del miedo! Estaba sentado sobre las piedras del cortijo. No era muy alto y tenía unas uñas enormes, grandes y enroscadas hacia dentro. Parecía muy anciano y no tenía pelo por arriba, pero por detrás de la cabeza le asomaba una melena muy grande. Me acerqué porque creí que era alguna persona mayor que estaba perdida o necesitaba algo. Aquí nos conocemos todos y nunca lo había visto. Así que supuse eso. Al acercarme, ese hombre se levantó y me hizo un gesto con la mano como para que me fuera. Le pregunté si necesitaba algo o si quería que lo bajase en un mulo al pueblo y me respondió con otro bufido, muy grave y muy fuerte, casi como si chillara. Entonces se levantó y empezó a venir hacia mí. Yo, por impulso, empecé a correr y él siguió detrás. Los mulos empezaron a encabritarse y no los podía controlar. Los solté y seguí corriendo. Calculo que estuvo como un cuarto de hora persiguiéndome entre los olivos. Cuando me calmé lo suficiente volví a por los dos mulos y me fui de allí como alma que lleva el diablo. Nunca he vuelto a pasar a esas horas por ahí”.
Pero existe una «zona cero». El Cortijo de los Asombros. Y éste nombre no es casualidad. Fue bautizado con ese nombre tan sonoro, porque a principios del siglo XX, que es cuando fue levantado, así eran conocidas las apariciones espectrales.
Construido hacia el año 1900, las primeras manifestaciones constatadas empezaron a registrarse al final de la Guerra Civil española (1939). Durante la contienda, parece ser que sirvió de refugio. No obstante, con anterioridad ya se relataban sucesos extraños en sus alrededores. El nombre se lo dieron los habitantes de la región, haciendo alusión a las numerosas historias de «aparecidos» («asombros» en el lenguaje popular) que tenía lugar en ese sitio.
Se hablaba de la presencia de un duende semejante a los conocidos como «martinicos», frecuentes en la mitología castellana y andaluza. Ataviados con hábito franciscano, perturban la mente de los humanos haciendo que las cosas cambien de sitio, encendiendo y apagando candiles o anunciando falsas desgracias que desesperan a quienes las escuchan. También se describieron fantasmas infantiles de niñas jugando y se han podido recoger algunas psicofonías.
Desde muy antiguo, los ahorcamientos en los árboles próximos a su entorno fue notable. Considerado un lugar que atraía especialmente a los suicidas, siempre llamó la atención por las frecuentes nieblas y la ausencia de pájaros en sus alrededores. La explicación racional que se daba a esa anomalía estaba fundamentada en las inquietas fuerzas telúricas (aguas subterráneas) que existen en las proximidades del cortijo. Sin embargo, y a pesar de ir preparados para asumir ese tipo de fenómenos naturales, los últimos propietarios renunciaron a su adquisición, ya que llegaron a experimentar en varias ocasiones postergheists como los relacionados con las casas encantadas: cortinas que se mueven sin aire que las impulse, puertas que se abren y cierran solas o cuadros que se caen sin causa aparente.
En sus alrededores, voces extrañas en días sin viento, figuras translúcidas de vecinos fallecidos, proyecciones en las sombras de las paredes de luces circulares, con intensidad inaudita y movimientos insistentes. Los campesinos evitan pasar por aquellos parajes, ya que lo han considerado siempre un lugar habitado por las almas torturadas de los que allí fallecieron.
Dentro del cortijo, son muchos los testigos que han afirmado haber escuchado ruidos de gentes, llantos de niños, voces llamando a sus familiares, teniendo la certeza de que nadie había en su interior. La temperatura, dentro de la casa era de 3.5º, según algunas investigaciones parapsicológicas. Se afirma que durante la grabación de algunas psicofonías, los grados del termómetro llegaron a bajar hasta 5º, apenas en unos segundos.
Si alguna vez viajáis a Priego de Córdoba,(Yo ya lo estoy planeando) disfrutad de sus paisajes y sus gentes. Que el miedo no os impida visitar el lugar en el que, hasta hace poco, estaban las ruinas del siniestro cortijo. Pasad por allí, porque seguro que tendréis una experiencia inolvidable. Pero si creéis ver a un duende encapuchado que os mira desde la sombra de algún árbol, a una niña jugando con un candil o a un personaje errante con aspecto de miliciano, eso sí…pasad de prisa.
J.R.




