A orillas del Pantano de Búbal en la confluencia de los ríos Gállego y Caldarés encontramos El Pueyo de Jaca. En él existe un albergue juvenil con una curiosa leyenda. Es el antiguo palacete de la Viñaza, hoy convertido en dicho albergue (Donde por cierto, uno puede alojarse). A mediados del S.XIX a los marqueses de Saint Lary les encantaba pasar largas temporadas en la hermosa casa solariega a orillas de los ríos Gállego y Caldarés.
Los marqueses tuvieron dos hijos gemelos, llamados Úrbez y Victorián. Por ese motivo contrataron a una muchacha que sería su niñera e institutriz. Celina era la gran adquisición de los marqueses. Hija de un noble inglés venido a menos, su educación esmerada la había preparado para desenvolverse con soltura entre la aristocracia y no desentonar tampoco en ningún ambiente intelectual. Esa noche estaba previsto que daría un concierto en el gran piano de cola del salón. Era verdadera virtuosa en el teclado. Más adelante sería profesora de francés e inglés de los niños. De momento, hacía con ellos el papel de niñera y la verdad es que disfrutaba de su trabajo ya que sentía verdadero cariño por los gemelos que se le habían metido en el corazón.
¿Quién iba a sospechar que en todo ese decorado se iba a representar la más brutal tragedia?
Todo sucedió en aquel trágico atardecer de otoño del día de todos los Santos. Celina cerró cuidadosamente el piano cuando las doncellas le anunciaron que los niños estaban vestidos para el paseo. Sus dedos, nerviosos y afilados, habían repetido una vez más su partitura preferida, de Ravel, desde luego, la «pavana para una infanta difunta». Se acercó casi de puntillas a la coqueta del rincón de la sala. Derramó unas gotas de esencia de narciso en sus manos que luego frotó por el cuello y las sienes. Se enfundó los guantes que le llegaban al codo y se dirigió a la escalinata.
Los niños, desde el coche saludaron con una sonrisa su presencia y los tres recorrieron la alameda central del parque. Traspusieron la cancela y tomaron el camino del Molino.
Se estaba bien allí, a la orilla del Caldarés, y era uno de los paseos preferidos de Celina. Colocó el coche de forma que los últimos rayos desvaídos del sol acariciasen a los niños y se sentó a su lado, sobre una piedra. Abrió su novela por la estampa que marcaba el punto y se puso a leer en la paz del atardecer. Las aguas del río, saltando de roca en roca hacían con su canción el contrapunto a los pajarillos que trinaban entristecidos despidiéndose del día.
De cuando en cuando, suspendía la lectura y echaba una ojeada hacia los niños y sus gestos la hacían sonreir de ternura. ¡Bien sabía Dios cómo los quería!
De repente y de forma inexplicable, el cochecillo se puso en movimiento hacia el torrente. Celina, sobresaltada, se levantó de un brinco y quiso correr a detenerlo, pero quiso la mala suerte que la fimbria del vestido se le enganchase en la roca, sujetándola.
Dió un tirón brusco y desesperado que rasgó la seda y se avalanzó hacia el coche que ya corría ladera abajo y ante la mirada atónita, pasmada, de Celina, se precipitaba entre las aguas salvajes del Caldarés. Quiso lanzar un aullido de desesperación pidiendo auxilio pero su voz quedó bloqueada en la garganta.Todavía vió emerger un instante en una gorga las ruedas del cochecito volcado y más allá la cabecita de uno de los niños con un rictus de angustia.
Corrió salvajemente sobre las piedras de la orilla. Pero todo en vano. El dios de las aguas se había apoderado de sus vidas.
Se dejó caer derrumbada. Ni una lágrima en sus ojos azules salidos de las órbitas. Nadie sabria decir qué laberinto de ideas encontradas pasaron por su mente. Al final, enloquecida, aunque aparentamente serena, se acercó a una roca saliente y se lanzó al agua.
Un par de días después encontraron los cadáveres de los tres, desparramados en el Gállego.
Hay gente que cuenta que actualmente hay noches que entre las paredes del albergue escuchan una melancólica pieza de piano que algunos identifican como «la Pavana para una infanta difunta» de Ravel, la pieza preferida de Celina. Otros aseguran haber visto un espectro rubincundo y cimbreante en su largo traje de seda blanca recorrer los pasillos, habitaciones, escaleras y los senderos del parque. Dicen que es el espíritu de Celina que vaga eternamente por el caserón de su desgracia buscando a los niños sin hallarlos por toda la eternidad.
¿No os parece un sitio precioso para pasar un fin de semana?. Nos lo estamos planteando.
J.R.



