JOYAS MALDITAS

Las joyas son un símbolo de elegancia y de riqueza, desde siempre han sido admiradas, sobre todo si su belleza y su valor es incalculable. Pero… ¿y si la joya esconde algo que produce la muerte a todo el que la tiene? ¿llama también la atención?

Es lo que pasó durante muchos años con el Diamante Hope, un diamante azul marino de más de 45 quilates cuyo valor es casi incalculable. Sin embargo, ni su belleza ni su valor son suficientes para que el diamante sea un objeto codiciado, ya que tiene una historia a sus espaldas que hace que no sea una gema demasiado deseada.

Ya desde sus orígenes le persigue una serie de desgracia a todo aquel que lo ha tenido en propiedad. La gema se encontró en la India, según cuenta la leyenda el diamante fue tallado por una deidad solar y fue robado, por un sacerdote hindú, del ojo de un ídolo esculpido en honor a la diosa Siva. Lógicamente cuando encontraron al sacerdote lo torturaron hasta matarlo.

No fue hasta el siglo XVII que la joya no llegó hasta Europa. Por medio del comerciante Juan-Batipste Tavenier. El comerciante viajó hasta la región de Golconda, cuyos alrededores era conocido como el “Valle de los Diamantes”. Allí Tavenier adquirió, entre otros diamantes, un gran diamante de color azul de 112 quilates de peso y, aunque lo vendió al rey Luis XIV por una gran cantidad de 147 kilos de oro puro, se arruinó y en 1689 se fue hacia Rusia en donde encontraron su cadáver congelado y semidevorado por los animales de la estepa.

Fue Luis XIV quien introdujo la fiebre de los diamantes entre la realeza, por lo que el diamante, que tenía un aspecto tosco, fue tallado por el joyero de la corte y pasó a convertirse en el “Diamante Azul de la Corona”. La joya tenía tal belleza que muchos fueron los que quisieron portarla sin embargo, todo aquel que tuvo el diamante en alguna ocasión, tuvieron un final un poco duro.

Sí, es lo que estáis pensando, todos los dueños de esta joya acabaron muertos. Veréis…
Un funcionario del gobierno de Luis XIV tomó prestada la joya para asistir a un baile… poco después fue condenado por desfalco y murió en prisión en 1680.

La amante de Luis XIV, Madame de Montespan, se encaprichó de la joya por lo que el rey se la regaló, al poco cayó en desgracia y murió en soledad en 1707.

Ocho años más tarde Luis XIV mostró la joya al rey Sha de Persia. Hasta aquí todo bien porque el Sha no se quedó con la joya. Sin embargo Luis XIV murió a los pocos días a causa de una gangrena.

Al morir Luis XIV, su sucesor, Luis XV ordenó guardar el diamante en un cofre por lo que ni él ni ninguna de sus personas de confianza tuvieron problema alguno.

No fue hasta el reinado de Luis XVI cuando la joya se puso de nuevo en circulación. Al llegar al reino Luis XVI le regaló la joya a su esposa María Antonieta. Tal era la predilección de María Antonieta por la joya que aprovechaba cualquier ocasión para ponérsela. Incluso llegó a prestarla en más de una ocasión a la princesa Lamballe. ¿Qué ocurrió? Pues veréis, la princesa Lambelle fue linchada hasta que acabaron con su vida en 1792 y, Luis XVI y María Antonieta, fueron guillotinados en 1793 durante la Revolución Francesa.

Evidentemente con los disturbios que hubo en la Revolución Francesa, muchos de los tesoros que tenía la familia real francesa fueron expoliados. La joya fue robada por un cadete, Guillot cogió la joya y se la llevó a Inglaterra para venderla. Tardó cuatro años en hacerlo y, justo cuando la vendió, lo apresaron.

No se tiene más conocimiento del diamante hasta unos años más tarde cuando aparece en manos de un diamantista holandés llamado Wilhelm Fals, que decidió dividir la joya en dos para venderla. Una de las partes fue robada por su propio hijo para venderla al francés Beaulieu. Sin embargo, el diamantista muere de dolor y el hijo, al enterarse, se suicida.
La otra mitad fue adquirida por Carlos Federico Guillermo, duque de Brunswick, que perdió su fortuna en dos meses.

Volvemos con Beaulieu, el francés, al enterarse de las muertes de sus anteriores dueños, se deshizo de ella vendiéndola a un curtidor judío. Sin embargo este gesto no le libró de la maldición ya que murió de hambre al poco tiempo. El curtidor David Eliason se enteró de la leyenda que tenía el diamante por lo que decidió deshacerse de él ofreciéndosela al rey Jorge IV de Inglaterra. El rey tomó la joya y la mandó incrustar en su corona…. En 1822 se volvió loco muriendo 8 años después.

La joya fue vendida de nuevo, esta vez la compró Sir Henry Hope, un banquero coleccionista que mandó exorcizar la joya y cambiarla de nombre, “El diamante Hope” no se sabe si este hecho hizo que a Henry no le ocurriera nada extraño ya que murió a causa de la edad. La joya pasó por varios miembros de su familia sin que tuviera mayores consecuencias… ¿la maldición se había acabado con el ritual de limpieza?

Pues es lo que parecía hasta que el diamante dejó de estar en manos de la familia Hope…

Tras varias exhibiciones, la joya fue adquirida por Jacques Celot a principios del siglo XX, quien poco después enloqueció, perdió su fortuna y se suicidó.

Su siguiente dueño fue Kanitovsi, un príncipe ruso que regaló el diamante a su amante. Pocos días después en un altercado el príncipe mató a su amante. Pero… Kanitovsi no se libró tampoco de la maldición ya que fue asesinado por revolucionarios.

La siguiente víctima del Diamante Hope fue el griego Sr. Simón Montarides que murió al partirse el eje del carruaje en donde viajaba y cayó, junto con su familia, por un barranco.

El siguiente propietario fue Subaya Hamid, quien recibió el Diamante Hope como regalo de su marido el rey turco Abdul Hamid II, aunque al final el propio rey acabaría con la vida de Subaya. El rey fue depuesto, encarcelado y muerto poco después a causa de una revolución que hubo en su país.

Al poco tiempo el diamante fue adquirido por el comerciante Habib Bey, que falleció, junto a toda su familia, ahogado frente a la costa de Gibraltar. Con este naufragio el diamante despareció…

Pero… como si de una broma se tratara… volvió a aparecer… Sí, el diamante reapareció nada más y nada menos que en una bóveda de una entidad bancaria francesa… y la maldición también volvió a aparecer

La entidad bancaria quebró y puso a la venta todo lo que pudo por lo que la joya fue adquirida por el director del Washington Post. Poco tiempo después la mujer del director enfermó gravemente y falleció y su hijo tuvo un accidente con un carruaje y murió debajo de una de las ruedas.

En 1910 su propietario fue P. Cartier que la vendió a la familia McLean. Con esta compra empezó la desgracia familiar…. Uno de los hijos de la familia, al escaparse de sus cuidadoras, fue atropellado con ocho años de edad. Una de sus hijas falleció a causa de una sobredosis de somníferos. El Sr. McLean se volvió alcohólico y dejó a su familia en ruinas. Al final fue ingresado en un hospital donde murió por lo que la señora McLean ordenó guardar la joya en un desván durante veinte años. Pasado ese tiempo, la joya volvió a salir a la luz, pero este destierro no dejó a un lado la maldición de la joya ya que Evelyn, la nieta de la familia Mclean, falleció misteriosamente en Texas.

En 1949 el diamante fue comprado por el experto joyero Harry Winston, quien donó la joya al Museo de Historia Natural del Instituto Smithsonian de Washintong, lugar donde aún permanece, acabando así con todas las muertes relacionada con ella.

¿Cómo es posible que algo tan inocuo como puede ser un diamante pueda tener una maldición en sus espaldas?

La verdad es que es bastante curioso pero sólo se me ocurre una respuesta: ¿puede ser el hecho de haber sido robado de una deidad india la que puede ocasionar todo este maleficio?

Lo digo porque existe otra joya, el Diamante Orlov Negro, que también fue robado de un ídolo esculpido, en este caso, era el ojo de la estatua de Sri Ranganatha. Un soldado francés fue el que cometió tal tropelía pero parece ser que fue “castigado” por el mismo diamante, falleció al poco tiempo de una manera horrible.

Poco después el diamante llegó a manos del Príncipe Orlov quien lo regaló a la zarina Catalina II. La familia real lo tuvo en su poder hasta la revolución rusa de 1917. En donde se le pierde la pista.

En 1932 la joya apareció en Estados Unidos por medio de J. W. Paris, un diamantista que la había adquirido pero, al poco tiempo, se suicidó tirándose por una ventana.

El diamante se trasladó a Rusia en los años 40 formando parte de las joyas de las princesas rusas Nadia Vygein-Orlov y Leonila Galitsine-Bariatinsky. Ambas princesas se suicidaron

El diamante Orlov se dividió en tres partes acabando así con su maldición…

Pero si dos joyas malditas nos parecen suficientes, decir que existe otra más

Vamos a hablar de El Zafiro Púrpura de Delhi. Proviene de un templo dedicado al dios hindú de la guerra, en Indra. Fue robada y, posteriormente, adquirida por el coronel británico Fherris quien se lo llevó a Inglaterra. Desde ese momento la familia Fherris se vio sumida en graves problemas económicos. Pronto culpabilizaron a la joya y se la regalaron a un amigo que no creía en supersticiones, pero este hombre se suicidó a los pocos meses…

En 1890 el zafiro fue comprado por el escritor Edward Heron-Allen el cual, tras pasar por una serie de desgracias como la ruina económica, intentó regalar la joya en dos ocasiones, pero sus nuevos dueños siempre se la devolvían aterrados. Entonces Edward tuvo una idea, tiró el zafiro al río y así acababa con todo el mal que le había producido pero, a los tres meses, el río fue drenado. Un amigo suyo descubrió la joya y se la devolvió. Era tal la desesperación que el escritor tenía que casi le lleva al suicidio. Pero lo pensó mejor y encerró el Zafiro en una caja fuerte rodeada de numerosos amuletos. Edward llegó a escribir incluso sobre el Zafiro diciendo de ella que la joya “Está doblemente maldita y se tiñe con la sangre y la deshonra de todos los que la han poseído”

En 1943 el escritor donó la joya al Museo de Historia Natural de Londres, quería deshacerse de ella. Pero su donación tenía una condición, que no abrieran la caja fuerte hasta que no pasaran tres años de su muerte. A día de hoy el Zafiro está expuesto en el museo.

No sabemos si vosotros pero lo que tenemos claro es que nunca aceptaremos de regalo una joya que provenga de la india. Ya sabéis, por lo que pueda pasar…

J.R. y S.V.

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